EL LAVADERO DE MARINES: MEMORIA DE AGUA Y MUJERES
Texto: Rosario Marín Valero
A todas las mujeres que, con fuerza callada y manos incansables, hicieron del lavadero un espacio de trabajo, comunidad y vida.
“El
agua guarda la memoria de todo lo que ha tocado.”
Marguerite
Duras
1. A orillas del agua: saberes, esfuerzo y encuentros.
El lavadero de Marines es más que un espacio físico: es un testimonio vivo de la historia y la cultura de las mujeres que lo habitaron. A lo largo del tiempo, este lugar ha sido escenario de trabajo arduo, transmisión de saberes y encuentros cotidianos que van más allá del simple acto de lavar la ropa.
Desde siempre, las mujeres han mantenido una relación muy estrecha con el agua: recogerla, transportarla, usarla para cocinar, limpiar o lavar, eran casi siempre, tareas asignadas a ellas.
1. Isabel y Pilar, descansando a la sombra de los álamos en el abrevadero, el cántaro entre ellas, vienen de recoger agua en la fuente del Rincón. Fotos del Archivo de Isabel. |
2. La fregada también se hacía en el abrevador, en el último pilón. Fotografía del archivo de Julián. |
Lavar la ropa era un trabajo duro que requería conocimientos y habilidades transmitidos de madres a hijas o abuelas: distinguir aguas, dominar técnicas para blanquear prendas, eliminar manchas o fabricar jabón casero. Todo ello implicaba, además, un notable esfuerzo físico: caminar largas distancias cargando con la ropa, lavar al aire libre, inclinarse horas sobre la piedra.
El
lavadero, sin embargo, también era un punto de encuentro. Allí se
reunían amigas y vecinas, compartían conversaciones y anécdotas de
la vida cotidiana. Coincidían mujeres de distintas edades, que
interactuaban entre sí, y muchas veces las niñas acompañaban a sus
madres o hermanas mayores.
Observaban los gestos y palabras de las demás, imitaban sus
movimientos jugando a lavar pañuelos con trozos de jabón y, al
mismo tiempo, interiorizaban valores bien considerados en la época.
Comentarios como “qué bien lavas”, “cómo ayudas a tu madre”
o “qué madrugadora eres” servían de refuerzo positivo y
transmitían a las niñas el modelo de comportamiento que se esperaba
de ellas.
A
pesar de lo exigente y penoso de la tarea, los ratos de lavado se
convertían en momentos de
complicidad y colaboración femenina. El lavadero era un
espacio propio de las mujeres, donde las conversaciones, los relatos
y las risas aliviaban la dureza de una labor cotidiana.
Hoy, ya restaurado, el lavadero de Marines, es testigo de esa memoria colectiva. Como otros lavaderos, es patrimonio arquitectónico y etnográfico: ferradas, cestos, pozales, lebrillos, barreños forman parte de un mundo ligado al agua, junto con el patrimonio inmaterial de técnicas y rituales que, durante siglos, sostuvieron la vida cotidiana. Así como los recipientes u objetos utilizados para ir a por el agua y almacenarla: cántaros, botijos, cantareras, aguaderas.
El uso de los lavaderos se generalizan durante el siglo XIX y mediados del XX al implantar las políticas higienistas en numeroso municipios y pasaron a formar parte esencial de la vida cotidiana en los pueblos, al centralizar el lavado de la ropa en un único espacio comunitario. Con la construcción del lavadero, el agua se acerca a las manos y la posición de la mujer erguida mejorará las condiciones de la actividad de lavar; donde la piedra dispuesta al cuerpo posibilitará permanecer levantada y acompañar el ritual del lavado con conversaciones, risas, confidencias. Podría decirse que es la única construcción hecha para mujeres.
Antes de contar con un lavadero propio, existían diversos lugares destinados al lavado, algunos de los cuales siguieron utilizándose incluso después de su construcción.
Uno de esos lugares fue un pilón del abrevadero, siempre el posterior al utilizado por las caballerías, “para los machos y sobre todo burros que era lo que más había”, como nos cuentan de forma jocosa las gemelas Silvina Y Luisa.
Se conserva una fotografía entrañable en la que varias mujeres lavan lana para preparar el colchón de bodas de Práxedes Romero. En ella aparecen la propia novia, su madre, vecinas, amigas y familiares.
En el Abrevadero según nos cuenta Fina Navarro, se lavaba poco, esencialmente la lana de los colchones como aparece en la fotografía y las sillas de bóveda. Luisa y Silvina añaden que se lavaban las sillas cuando llegaban fiestas sobre todo.
3. Vecinas lavando lana para un colchón de bodas, alrededor de los años 40. Un acto cotidiano convertido en ritual colectivo. Fotografía publicada en el libro Raíces y costumbres .Publicado por el Ayuntamiento de Marines.
Otro espacio utilizado eran las llamadas “clochicas” del barranco, que se llenaban cuando corría el agua. Nos referimos al barranco de Marines, que unos kilómetros más abajo toma el nombre de Carraixet. En estos enclaves se lavaba principalmente la ropa íntima de las mujeres, relacionada con la higiene femenina, así como la ropa que estaba muy sucia. Las personas que tenían algún enfermo contagioso en casa, su ropa tampoco podía ser lavada en el lavadero, había que ir al puente o al barranco. Esto nos comentaban referente al lavado de la ropa en Marines, Carmen Arnau (nacida en 1935) y Mari Carmen Celda Sánchez (nacida en 1950).
María Engracia Arnau (nacida en 1950) recuerda que, cuando vivían en Marines Viejo, su familia tenía un campo junto al barranco Bou, en la partida del Real, allí lavaban la ropa de su hermano Vicente, que había estado enfermo.
También se acudía al Azud, sobre todo en invierno. El agua de ese manantial era más cálida, que la del lavadero, hervía, cuánto más frío hacía, más caliente salía, nos dice alguna, que nota aún el calor en sus manos. Montiel Rubio (nacida en 1942) nos cuenta que iba a lavar con su madre al Azud y que se llevaban la comida, lavaban, tendían y mientras se secaba comían. Luego la plegaban y marchaban hacia casa.
Lolín Romero, rememora aquel día que fue a lavar al Azud, con Luisa y María Teresa, que serían las nueve de la mañana y que apareció por casa a las tres de la tarde, pero con la ropa seca ya. Aún perdura la alegría y la nostalgia de lo bien que se lo pasaron.
Fanuí Navarro, (nacida en 1935) contaba que, tras lavar su falda y jubón, los tendía al sol y se los volvía a poner limpios y secos, mientras el resto de la colada quedaba tendida para blanquearse al sol. Luego se dirigía a por agua a la Fuente del Rincón, subiendo la cuesta y ya regresaba a casa, a menudo cargada con ropa y cántaros, recorriendo para ello varios Kilómetros.
4.Azud.Fotografía del archivo personal de Rosario Marín |
Silvina y Luisa entre risas nos hablan del día que la cantará fue al suelo y se hizo añicos, y es que estas dos hermanas, que se reconocen unas “diablillas”, iban muchas veces a por agua a la fuente del Rincón. Silvina le decía a su madre: “Tengo que romper el cántaro”, Y aquel día en la bajada hacia el barranco, sucedió, resbaló y lo rompió. El enfado de su madre fue enorme, eran tiempos difíciles y en casa no había muchos cántaros para ir rompiéndolos.
Los pozos o pozas del barranco también eran lugares utilizados para el lavado. Por ejemplo, el pozo de la Parra, situado en la partida del Molino, donde, según la tradición oral, cuentan la anécdota de una niña que, mientras lavaba los paños de San José, cayó y se ahogó.
Asimismo, el pozo del Arenal, en la partida del Arenal, que era el pozo más pequeño de Marines, también fue utilizado, tanto para el baño de los niños como para el lavado. Cada recuerdo ilumina la dureza y también la alegría de aquel tiempo.
2. Las lavanderas: un oficio silencioso y esencial
En muchos pueblos, el lavadero no fue solo un espacio de encuentro, sino también una fuente de sustento para algunas mujeres que hicieron del lavado un oficio remunerado. Además de encargarse de su propia ropa, ofrecían sus manos y su esfuerzo para lavar la de otras familias, generalmente más acomodadas.
Lourdes Celda (nacida en 1936) recuerda que su abuela, que tenía una posada, tenía una joven del pueblo Pilar Herrero, que recogía la ropa de los huéspedes para lavarla en el lavadero. Era un trabajo duro, especialmente en invierno, pero ofrecía un pequeño ingreso que ayudaba a muchas familias a salir adelante. María Engracia, por ejemplo, con muy corta edad, lavaba la ropa de la casa del médico Don Arsenio, aquel que soñaba con construir una máquina de movimiento perpetuo.
Isabel evoca a su madre, Ramona, y a Dolores Sánchez que también lavaban ropa para Luisita, la hija del médico. Además, había mujeres que se dedicaban a planchar y a remendar prendas. La Señora Margarita, cosía pantalones y camisas y aún vivió algunos años en el pueblo nuevo tras el traslado.
El agua, el jabón y la piedra fueron para ellas herramientas de trabajo y, a menudo, su única forma de independencia económica en tiempos difíciles.
3. El lavadero de Marines: construcción y uso
El lavadero se construyó, como era habitual, a las afueras del pueblo, en el paraje de la Cisterna. Aunque no muy lejano, el acceso exigía bajar y subir una cuesta empinada lo que hacía el trayecto duro para las mujeres cargadas de ropa, por eso extender la ropa para que se fuese secando, era muy útil, aminoraba el peso. El agua llegaba desde el barranco a través de una pequeña presa, conocida como “el Pantano”, mediante una acequia que se bifurcaba: el ramal izquierdo alimentará el lavadero y la balsa de riego de la huerta de abajo.
José Romero (nacido en 1931) recuerda: cómo su madre lavaba mientras el cuidaba de su hermano pequeño en las huertas cercanas:”Mientras que mi madre lavaba, yo cuidaba de mi hermanico Miguel, cinco años más pequeño que yo. Jugábamos en las huertas, que había allí abajo del lavadero”. Su memoria confirma que el lavadero ya existía en los años 30 y añade:”y muchos años antes”.
No tenemos una documentación que nos hable del origen de esta construcción. La primera vez que leemos la referencia al lavadero es consultando los libros de los planes trienales del Ayuntamiento de Marines. En el documento firmado por el entonces Alcalde Enrique Cortell, a 9 de Diciembre de 1952.
El gobierno municipal hace un repaso de la situación en diferentes ámbitos locales y construcciones del pueblo. Se dispone que el Ayuntamiento tiene la intención de establecer unas amplias ordenanzas municipales. En el apartado SALUD E HIGIENE, se revisa la situación del Lavadero, “existe uno junto al barranco del Carraixet, algo alejado del pueblo, y penoso por las pendientes, con agua irregular de la que pasa para riego de la huerta”. Después de valorar esta situación se plantea para el plan trienal de 1953-1956, la construcción de un lavadero cubierto y un abrevadero.
La mayoría de los lavaderos del siglo XX tenían una estructura cubierta con tejado a dos aguas para proteger de la lluvia y el sol. Aunque cubiertos, solían tener un diseño abierto para permitir la ventilación y la entrada de luz natural. Se utilizaban materiales como mampostería para los pilares y madera para las vigas, con cierre de muros a media altura para la ventilación.
Nunca se pudo llevar a cabo esta obra ni otras muchas que se plantearon, ante la precaria situación económica del pueblo, cuyos vecinos se estaban marchando del pueblo uno tras otro por falta de trabajo. Estaríamos hablando pues, de un lavadero del siglo XIX, seguramente de finales, momento crucial, donde se extienden estas construcciones.
5. Mujeres jóvenes lavando en el lavadero . Año 1948 .Fotografía publicada en el libro Raíces y Costumbres. Ayuntamiento de Marines
4. Decadencia y recuperación
La actividad en el lavadero decayó tras el traslado del pueblo a su nuevo emplazamiento en 1967. Se deterioró: las losas de rodeno se estropearon, se fue colmatando de tierra y la maleza lo cubrió. Gracias a la intervención de la brigada del Parque Natural de la Sierra Calderona, en colaboración con el Ayuntamiento de Marines, en Julio de 2019, hoy vuelve a ser un lugar recuperado.
Aunque ya no se utiliza para lavar, se puede visitar como espacio patrimonial y de memoria. El murmullo del agua y la serenidad del entorno evocan las horas de trabajo, las confidencias de generaciones de mujeres. Y también los juegos de los niños que crecieron allí y quizás incluso floreció algún amor.
6“Aspecto del lavadero de Marines tras décadas de abandono, antes de su recuperación.”Fotografía extraída de la página de Patrimonio cultural de la Generalitat valenciana.
7. Brigadas recuperando el lavadero. Julio de 2019.Fotografías cedidas por el Ayuntamiento de Marines. |
8. El lavadero de Marines hoy y el área de descanso junto a él. Fotografías cedidas por el Ayuntamiento de Marines. |
9. El lavadero de Marines hoy, recuperado. Fotografías cedidas por el Ayuntamiento de Marines. |
El lavadero es una sencilla construcción que mide 13,9 metros de largo, con un canal de 92 centímetros de ancho y losas de medio metro, colocadas en paralelo al barranco y a la montaña.
En la reconstrucción actual, aquellas losas de rodeno rojo han desaparecido. Sin embargo, esas losas contaban la historia de uno de los oficios esenciales de los hombres de Marines, eran extraídas por los canteros.
“A adenes· —es decir, con trabajo voluntario— , se pavimentaron con rodeno las calles del pueblo, se levantó la Fuente del Rincón y, probablemente, se colocaron también las losas de este lavadero.
10. “Croquis del lavadero de Marines.”Fotografía extraída de la página de Patrimonio cultural de la Generalitat valenciana.. |
5. Técnicas, objetos y costumbres del lavado tradicional
11. “Las losas de rodeno, testigos silenciosos del trabajo diario de las mujeres de Marines. |
Las mujeres acudían al lavadero con ferradas de metal, pozales, cestas o incluso lebrillos, cargadas de ropa. Lavaban restregando a mano sobre las losas de rodeno, sin utilizar tablas de madera ni palas para golpear la ropa. Usaban jabón casero elaborado con agua, aceite usado y sosa cáustica.
La ceniza servía de lejía natural, el sol blanqueaba la ropa y el azulete añadía frescura al blanco.
Los testimonios recuerdan cómo se compartía el agua de lejía o de azulete con otras mujeres, en un gesto de solidaridad.
El proceso estaba lleno de rituales aprendidos de madres y abuelas: separar ropa blanca y oscura, enjabonar, dejar reposar, enjuagar y tender. Y también de costumbres sociales: preferencias por determinados lugares y losas, los horarios para ir a lavar, pero siempre acompañado de conversaciones y risas.
Carmen Calvet (nacida en 1944.) recuerda que cuando iban a lavar, antes pasaban por el horno a recoger ceniza que disolvían en agua y usaban como sustituto de la lejía: “...la echábamos al pozal con agua y de esa agua íbamos poniendo en la ropa”.
En algunas zonas, se habla de echar la ceniza en agua caliente y después tamizarla para sacar ya el agua de ceniza colada, de ahí vendría la expresión” hacer la colada”, este proceso más laborioso se realizaba en casa. No sucede así como vemos por los testimonios en Marines.
Para dar un acabado azul a la ropa blanca, se usaba “azulete”, unos polvos añiles que daban frescura al color. Lourdes Celda, cuenta que su abuela lo mezclaba cuando hacia el jabón en casa para diferenciarlo del de otras mujeres cuando lavaban juntas, así era fácilmente reconocible.
Fina Navarro (nacida en 1948) con una memoria prodigiosa nos cuenta: “cuando tenía entre 10 a 14 años acompañaba a mi, madre Aurelia Cortell, a lavar. Y alguna vez, cuando había poca ropa dos o tres piezas, iba sola. Llevábamos la ropa en un barreño de metal (una ferrada) y/o pozal según la cantidad de ropa que llevarán a lavar”.
Había quien llevaba jabón de pastilla comprado y otras mujeres como su madre llevaba jabón hecho en casa. Lavaban la ropa en la piedra del lavadero, que habían unas losas todas juntas y cada una hacía de un sitio para lavar.
12. El gesto de toda una generación: una mano enjabonando con una pastilla casera revive la memoria viva del lavadero de Marines, donde se tendía la vida entre conversaciones, jabón y coraje."
Si llegabas y estaba lleno te ponías donde estuviera libre. La gente buscaba o procuraba ponerse a la parte de arriba cerca del chorro que llenaba el lavadero porque el agua era más limpia y clara. Había mujeres que siempre se ponían en la misma losa y si llegaban y estaba ocupada aunque hubiese otra libre esperaban a que se desocupara para ponerse a lavar”.
Hace una referencia al proceso del lavado, que recuerda como la lección aprendida de las enseñanzas de su madre.
Para lavar recuerda que según le enseñó su madre y hacían todas las mujeres, lavaban la ropa blanca y oscura por separado.
“Primero mojábamos la ropa blanca en el agua, la enjabonábamos y se dejaba a un lado en un montón. Luego hacíamos lo mismo con la ropa oscura o de color. Cuando terminábamos de enjabonar toda la ropa se lavaban. Después se escurría la ropa, se doblaba bien doblada y se ponía en el barreño para llevarla a casa y tenderla.”
Nos habla también del uso del delantal necesario para lavar y no mojarse.
“Había gente que llevaba lejía y mientras lavaban la ropa oscura dejaban la ropa clara metida en el barreño con agua y lejía a remojo”.
Cuando se terminaban de lavar la ropa con lejía preguntaban si había alguien que quería usar el agua y se la daban para que se reutilizase.
También utilizaban azulete para la ropa blanca y hacían lo mismo, preguntaban si había alguien que quería el azulete y si no lo tiraban al campo”.
“Mi madre iba siempre a primera hora a las 6 de la mañana porque así el agua estaba más limpia y no daba el sol. Y procuraba ponerse a la parte de arriba del lavadero, cerca del chorro que era agua nueva”
También recoge en su relato la parte social de los lavaderos:”cuando iban a lavar siempre habían mujeres lavando y allí hablaban y contaban cosas”.
Era un rato de risas y diversión que dulcificaba algo el duro trabajo, nos recuerdan las mozas que, allí crecía un árbol, el almez o como se dice en Marines un “ lidonero” y que los chicos cogían el fruto lanzándoles el hueso con un canuto. También Mari Carmen y Pepita, coinciden en el interés de las mujeres por estar a la parte de arriba del lavadero, agua limpia y así dice la una a la otra: “¿ te acuerdas el interés que tenían por estar cerca del chorro del agua”?
Fina, para finalizar hace referencia de a dónde iba a para el agua del lavadero:”… se iba a una balsa que se llamaba la balsa de la huerta arriba o de la huerta abajo, no me acuerdo muy bien y la utilizaban para regar la huerta”.
Y recoge el momento plácido después del trabajo y subir la cuesta hacía el pueblo:”de vuelta a casa, si estábamos cansadas, parábamos a descansar en el abrevadero que estaban los álamos y corría un vientecillo fresco”.
13. Abrevador de Marines. Lugar para que abrevasen caballerías, de lavado , de descanso y reunión. Archivo personal de Rosario Marín
6. Folclore femenino del agua
El agua no solo servía para la faena: también inspiraba canciones romances y refranes. En el folclore popular, las mujeres han desempeñado un papel fundamental en las tradiciones relacionadas con el agua, no solo como encargadas de las tareas diarias —como recogerla, transportarla o conservarla— sino también como guardianas de saberes ancestrales, rituales y leyendas que giran en torno a este líquido vital.
Entre cántaros y manantiales, las mujeres han tejido historias, canciones y costumbres que reflejan su estrecha relación con el agua, una relación que va más allá de lo práctico para adentrarse en lo simbólico y lo espiritual. Este legado folclórico nos invita a descubrir la riqueza cultural y emocional que se oculta tras cada gesto y cada ritual, revelando cómo el agua conecta no solo con la supervivencia, sino también con la identidad y la memoria colectiva femenina.
A continuación presentamos algunas estrofas que se han podido recopilar de la oralidad.
Si vas a por agua a Rama…
……………………………(sabemos que hubo una canción, pero solo nos queda este verso).
Del molino:
Molinera molinera
Qué gran pesar que tú tienes
Que no te dejan casar
Con el galán que tú quieres.
Mi madre no quiere
mi madre no quiere
que vaya al molino
porque el molinero
porque el molinero
Se mete conmigo.
Mi madre no quiere
mi madre no quiere
que al molino vaya
porque el molinero
porque el molinero
me rompe las sayas.
Folclore Marinense. Archivo sonoro grupo de danzas el Fascar.
…
En esta calle vivía
la que me lavo el pañuelo
La que me dio calabazas
a mí y a mis compañeros.
Folclore Marinense. Archivo sonoro grupo de danzas el Fascar
…
Con que te lavas la cara
Que la tienes reluciente
Me Lavo con agua clara
La del caño de la fuente.
Archivo sonoro Fermín Pardo.
A la fuente voy a por agua
Y al molino a moler
Y a la calle de mi novia
Por si la puedo ver.
Archivo sonoro Fermín Pardo
7. Susurros del agua. Refranes populares.
En el uso diario del lenguaje muchas expresiones y refranes tienen que ver con el agua y el lavado. No es casualidad: el agua ha marcado la vida cotidiana y el carácter de las gentes, y el lavadero fue durante décadas un espejo donde se mezclaban faena y palabra. Allí, entre el repiqueteo de la ropa contra la piedra y el rumor constante del agua, se transmitían dichos y consejos que aún hoy siguen vivos. En este apartado hemos recogido algunos de ellos, relacionándolos con el paisaje marinense, y con la memoria que todavía guardan las voces mayores del pueblo.
Dicen las mujeres mayores de Marines que el agua sabe guardar secretos mejor que nadie. Lo murmura la Fuente del Rincón, donde tantos cántaros se llenaron al clarear el día, y lo repite el Azud, que retiene y reparte lo que la tierra pide. Allí aprendimos que agua pasada no mueve molino: lo que se fue por la acequia ya no devuelve ni cosecha ni molienda.
Más
de una promesa se quedó en agua de borrajas, como tantas palabras
que se perdían entre risas y confidencias bajo la sombra fresca de
la Fuente del Morteral. Pero aquí, donde cada gota cuenta, se sabe
que quien quiere sacar adelante la vida no deja piedra sin mover ni
agua sin beber.
Aún
así, siempre hay
quien se ahoga en un vaso
de agua, viendo
tormenta
donde apenas hay nube.
Y también quien gasta
esfuerzo como quien tira agua al mar,
olvidando que
en Marines, entre bancales y ribazos, cada gota vale un mundo.
Hay vecinos que son como agua y aceite: se rozan, pero no se mezclan, aunque se crucen camino de la fuente. Y hay planes que se prometen grandes y acaban quedándose en agua de borrajas.
Cuando
la vida aprieta y el jornal se acorta, más de uno anda con el
agua al cuello. Conviene recordar: agua que no has de
beber, déjala correr —lo que no es tuyo, que siga su cauce
hacia otro azud, hacia otro campo.
Y
si el hambre aprieta, bien lo decían los abuelos que esperaban junto
a la Fuente de Rama: a buen hambre no hay mal pan, ni agua
mala. Porque aquí, donde el agua enlaza barrancos, lavaderos
y recuerdos, siempre enseña humildad: todo fluye, todo calma, todo
se va y, de alguna forma, siempre vuelve.
Bien
sabían en Marines que hay ropa tendida cuando la
lengua corre más de la cuenta: mejor lavar los trapos sucios
en casa, que cada cual se encargue de lo suyo. Y si la ropa
estaba demasiado sucia, en Marines, se bajaba al barranco.
Epílogo
Hoy, el lavadero ya no suena a restregones ni a voces de mujeres, pero permanece como símbolo callado y huella viva de la memoria colectiva. Visitarlo es un acto de respeto hacia esas manos que, en silencio, sostuvieron a sus familias y a su pueblo. En cada losa, en cada hilo de agua que aún corre, pervive el eco de un trabajo invisible, pero esencial. Porque las mujeres de Marines al lavar, también supieron tejer comunidad, identidad y futuro.
14. Visita al Lavadero. Años 90 del SXX, dentro de las actividades de la Semana de la Mujer. Archivo personal de Rosario Marín.
Agradecimientos.
Este trabajo nace gracias a las voces de muchas mujeres —y también de algún hombre— que, con cariño y memoria viva, han compartido sus vivencias en torno al lavadero. Sus testimonios, cargados de emoción, cotidianidad y esfuerzo, han sido fundamentales para reconstruir no solo un espacio físico, sino también una parte esencial de la vida comunitaria de Marines.
A Montiel, Fanuí, Fina, Carmen, Lourdes, Mari Carmen, María Engracia, Luisa, Silvina, Lolín, Carmen, Pepita, Isabel, Pilar y José: gracias por rescatar con vuestras palabras lo que el agua no se llevó. Que vuestros recuerdos sigan fluyendo como entonces, entre rumor de fuentes, ecos de risas y manos en la piedra.
A estos recuerdos se han sumado diversas investigaciones sobre los lavaderos públicos en España y en la Comunidad Valenciana, así como la documentación hallada en los planes trienales del archivo municipal, que han permitido completar esta mirada al pasado desde la memoria y el afecto.
Bibliografía
Fem Safareig de Agnés Vidal i Vicedo.
Los lavaderos en el mundo rural alavés Una aproximación a la sociabilidad femenina y a la creación de la conciencia de género: los lavaderos en el mundo rural alavés Beatriz GALLEGO MUÑOZ.
Artículo original en: https://www.lavaderospublicos.net/2016/01/los-lavaderos-en-el-mundo-rural-alaves.htmlLas lavanderas y sus lavaderos. Diputación de Guipuzcua.
Las lavanderas, memoria de un oficio cargado de historia .Canal sur media.
Las lavanderas y el oficio de lavar. Parque fluvial de Santiago.
Lavaderos públicos en la Comunidad Valenciana.
El lavadero donde la mujer lava. Carlos Barbera Pastor Y Rosa pardo Marín. El lavadero donde la mujer lava.
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