LA LEYENDA DEL CAMINO DE LA PIEDRA DE LOS MUERTOS
Texto: Paco Duchel y Emma Romero
El siguiente texto es una leyenda de nueva creación, es decir, no es de transmisión oral, sino que ha sido inventada por sus autores con la intención de poner en valor un elemento del patrimonio de Marines como lo es la Piedra de los Muertos.
Desde hace muchos siglos cuando el saber era contado, existe un camino que nos lleva de Marines a la aldea morisca de Olla, conocido como "Camino de la Piedra de los Muertos".
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Imagen 1: Piedra de los Muertos. Paco Duchel |
Son muchas las personas que en nuestros días hemos transitado por él sintiendo el hechizo de los lugares que un día estuvieron llenos de bullicio y que en el presente yacen plácidamente, alejados de su época de esplendor.
Allá por el siglo XIV, los habitantes de Olla tenían que hacer frente a arduas tareas para poder vivir: cuidar de sus rebaños de ovejas y cabras, criar gallinas y pollos, sembrar y recolectar en sus huertos escalonados de viñas, trigo, higueras, olivos… El bello caos de los campos que bordeaba la aldea auguraba los laboriosos quehaceres de sus habitantes, que se veían obligados a transformar todo aquello que era preciso para subsistir y satisfacer los impuestos de su señor.
Algunos de los nombres de sus pobladores han persistido a lo largo de los años, como es el caso de Jafar Hijo de Ali, Malisia, Antoni Rama, Masot y Ordayb. Todos ellos eran bien conocidos por ser portadores de historias intrigantes y misteriosas que con gran pasión fueron capaces de transmitir de generación en generación.
En la profundidad del camino entre Marines y Olla reposa una vasta piedra antigua que con su forma rectangular se asemeja a un ataúd de roca, conocida como la "Piedra de los Muertos". Este pedrusco actualmente semienterrado, pasa totalmente desapercibido a los transeúntes desconocedores de su existencia. Pese a que se encuentra en un estado de gran deterioro, todavía podemos intuir los símbolos extraños y cruces labradas, si observamos con detenimiento. Se dice de esta losa que tiene el poder de conectar el mundo de los vivos con el de los muertos.
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Imagen 2: Torre de Olla. Paco Duchel |
Antes del siglo XVII, cuando fallecía alguien en Olla lo enterraban en la zona que hoy en día conocemos como “El Fosarico”, un antiguo cementerio musulmán. A partir de la expulsión de los moriscos muchos habitantes de Marines fueron obligados a abandonar sus hogares y buscar refugio en otros lugares. La llegada de los Cristianos Viejos supuso un cambio radical en la vida de aquellas gentes, lo que transformó drásticamente la atmósfera que envolvía el Camino de la Piedra de los Muertos.
Así pues, con motivo de esta ruptura cultural, los pastores ya no sepultaron a sus difuntos en El Fosarico y transportaron a todos aquellos que fallecieron en Olla al cementerio cristiano de Marines. Dado que el trayecto que separaba ambos puntos era bastante largo, resultaba agotador desfilar por él cargando con el peso de un cadáver. Por este motivo, a la mitad del recorrido descansaban el ataúd sobre la piedra, rezaban y tallaban una cruz en recuerdo del fallecido.
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Imagen 3: Cruz en la Piedra de los Muertos. Paco Duchel |
A partir de entonces, todo tipo de rumores acerca de hechos inexplicables comenzaron a circular entre los pastores, quienes afirmaron ser testigos de apariciones fantasmales y fenómenos extraños. Contaban que al recorrer el camino se deslizaban sombras repentinas entre los árboles de El Alcornocal, sembrando el miedo y el desconcierto de quienes caminaban. Relataban con terror que se escuchaban murmullos inquietantes y lamentos que resonaban en cuanto los últimos rayos del sol apagaban el resplandor del día.
Declaraban que personas de otros tiempos caminaban lúgubremente junto a ellos, limitándose sólo a acompañarlos en su marcha, como si trataran de perpetuar la presencia que un día también tuvieron en estos mismos lares. Reiteraban que allí el velo entre dos mundos se había vuelto fino y delgado, sosteniendo con vehemencia que sí, que era cierto que al fin un día los vivos y los muertos se encontraban en el camino.
Dadas las circunstancias, los habitantes de Marines empezaron a evitar la senda y únicamente quienes tenían la necesidad de hacerlo se aventuraban en ella, pero eso sí, nunca en la oscuridad de la noche. Aunque los moriscos fueron condenados a no regresar jamás, la memoria de su expulsión y el halo de misterio sigue impregnando de magia el sendero hasta hoy.
Preservamos la leyenda a modo de recordatorio sobre la historia y los tiempos oscuros de sometimiento que tuvieron que vivir. La senda reposa ahora entre alcornoques, pinos y matorrales. La evocamos dulcemente bañada por luces y sombras que juguetean caprichosamente con un viento suave, el sol y su calidez, aguardando la ineludible negrura del crepúsculo; día tras día. Tal vez siga esperando a aquellos que estén dispuestos a desafiar el mito y descubrir qué ocultan realmente sus entrañas.
Cuenta la leyenda que la noche de Todos los Santos la vida eterna se materializa en nuestro pueblo, justo en el instante en que el sol se oculta por completo y la oscuridad se adueña de la montaña. Se dice que año tras año, desde la expulsión de los moriscos, los espíritus de aquellos que fueron forzados a partir se congregan en un lugar cercano al camino. Vestidos con túnicas de un blanco resplandeciente, portan antorchas y deambulan con la mirada vacía, en el más absoluto silencio, como si estuvieran bajo los efectos de un trance perpetuo.
Son muy pocos los habitantes de Marines que se reunieron en los alrededores para presenciar este fenómeno sobrenatural. Hay quien se escondía entre los árboles del alcornocal susurrando plegarias y rezos, lanzando miradas furtivas a la procesión de muertos.
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Imagen 4: Senda de Olla. Paco Duchel |
Quienes fueron testigos relataron que el ambiente se llena de una energía inquietante y mística acentuada por el sonido sordo de unos tambores que marcan un ritmo siniestro, resonando en lo más profundo de los corazones de quienes escuchan. La luz de las antorchas alumbran el camino arrojando sombras diabólicas que danzan sobre la tierra.
Aquellos que tuvieron el coraje de acercarse lo suficiente a la procesión, pudieron escuchar susurros y lamentos, testimonios de dolor y despedidas no pronunciadas en vida.
Narraron también, que la procesión continúa su marcha en silencio hasta que los primeros rayos del amanecer tiñen el cielo de un tono rojizo. Entonces, los espíritus se desvanecen lentamente, aniquilados por la luz del alba. La paz retorna al Camino, y los vivos osados regresaban a sus hogares llenos de asombro y respeto.
Así, el Camino de la Piedra de los Muertos de Marines se convierte en una puerta entre dos mundos, un enclave donde las historias y las leyendas se entrelazan con la realidad, revelando que el recuerdo de quienes han dejado de existir hoy nunca se esfumará.
La luz del nuevo día nos transmite siempre un mensaje de paz y esperanza, nos recuerda que, aunque la muerte es inevitable, la vida continúa y renace con cada nuevo amanecer. A pesar de las despedidas y sus pérdidas la serenidad y la calma siempre regresará.
BIBLIOGRAFIA
- Lloret, Paz (2005), Ser noble en la Valencia del siglo XVII, Diputación Provincial de Valencia, Instituto Alfons el Magnànim.
- Entrevista a Salvador Bella
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