EL TESORO DEL CASTILLO DE MARINES

 

Vista del Castillo del Real. Foto: Emma Romero

Texto: Emma Romero

La noche de San Juan, originariamente fiesta pagana del solsticio de verano, ha sido objeto de historias, leyendas y rituales desde tiempos inmemorables.

Es conocida como la noche mágica, en la que “acontecen” todo tipo de sucesos repletos de elementos fantásticos, borrando la línea de lo real y lo imaginario.

Son muchos los cuentos de tradición oral que surgen alrededor de esta celebración, en la que las prácticas mágicas, supersticiones y ritos impregnan este festejo de un halo de misterio, y lo envuelven de una energía mística.

Nuestro pueblo, al igual que otros muchos, no está exento de dicha atmósfera esotérica, como bien nos muestra la leyenda “El tesoro del castillo del Real”, recogida por Ferran Zurriaga en su autopublicado libro Rondalles i llegendes de les muntanyes de Portaceli.


El Castillo de Marines, Al Hisn al -Uqab (castillo del águila en árabe) ha inspirado entre los habitantes de nuestro valle numerosas historias que fueron transmitidas por sus gentes durante generaciones.

Pese a que hoy sus restos se encuentran en un alto grado de deterioro, todavía es patente el encanto del lugar, encuadrado entre montañas de contrastes al sur y al norte. Crestas rojo rodeno, peñas de grandes dimensiones y un tupido manto agreste, contraponen la más suave sinuosidad de las lomas y mayor desnudez arbórea de la solana.

Cuentan, que el rey de Valencia Al-Qadir quedó prendado al instante por la singularidad de aquel remoto paisaje, coronado por una fortificación defensiva en lo alto de una montaña escarpada.

-”Hermoso, pintoresco y abrupto”, pensó; -“digno lugar para albergar mi más preciado tesoro”.-

Sellado en un cofre de oro y piedras preciosas, depositó el valioso y codiciado collar de Zubayda, esposa del califa de Bagdad Arum al- Rasid, para guarecerlo, junto al resto del inestimable lote, en una cámara secreta del fuerte. Sin embargo, el inminente avance de los almorávides que amenazaban el reino de la taifa de Valencia, suscitó una gran preocupación en el rey que, más allá de reforzar su guardia de ballesteros y peones, decidió dar el aviso al Cid para que acudiera en su ayuda.

Ante esta situación, Al-Qadir, que temía una posible emboscada, decidió cambiar la ubicación del tesoro, sobrecogido por la idea de que los soldados musulmanes acabaran haciéndose con él. Dado que la fortaleza era un emplazamiento muy evidente como escondrijo de su fortuna, decidió ocultarla en un emplazamiento mucho menos previsible: la alquería de al-’Ulya (aldea de Olla).

En dirección noreste de Al Hisn al- Uqab (actual Castillo de Marines) avanzando por el barranco, se vislumbra una atalaya presidiendo una aldea diminuta. Al amparo de sus huertos irregulares y escalonados, el conjunto de Olla emerge en total sintonía con su entorno: tonos marrón rojizo y verde avivan la vista de quien observa este retirado enclave que pace entre montañas.

El Castillo se divisa desde allí, en lo alto de su escabroso altar, afianzando, también visualmente, el contacto entre ambos lugares.

Dicho contacto transciende las leyes de la lógica común de año en año en la noche de San Juan. Así pues, a las doce campanadas del reloj de la plaza del casco antiguo de Marines, se abre un puente atemporal capaz de unir acontecimientos pasados y presentes.

El momento en que Al-Qadir cambió la localización del tesoro en mitad de la noche bruja del solsticio de verano, quedó también guardado con él su fortuito y accidental hechizo en la eternidad de nuestro valle.

Cada veinticuatro de junio, con la primera campanada del reloj en la medianoche, un cálido destello rojo precede la apertura de una puerta oculta entre los restos del recinto del Castillo. Tras ella, aparecen en procesión aérea unos duendes cargados con grandes antorchas a través de un túnel subterráneo que conecta con la Torre de Olla.

Vista de la aldea de Olla. Foto: David Guijarro

Dicen que estos fantasmagóricos personajes, siguen e iluminan la oscuridad del trayecto errático que una cabra de un blanco espectral marca hacia el lugar exacto de la torre donde se halla el valioso collar de Zubayda.

Quien consiga realizar el trayecto antes que acabe el eco de la última campanada, será poseedor de las joyas, logrando deshacer el encantamiento. Sin embargo, si no se consigue atravesar el túnel a tiempo, desaparece la puerta, sepultando consigo para siempre a quien tras ella permanezca.

¿Alguien se aventura a romper el hechizo?




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